La carta

En estas escaleras solo se puede bajar.
Condenados al descenso, dirección obligatoria, transitamos un camino irremediable, cercado a ambos lados por la resignación. Bajar es infinito, y aunque el suelo nunca se presente, el descenso si termina, un buen día se detiene.

En este irremediable camino -hijo- solo hay una decisión que podamos tomar. Se trata de elegir la forma, la manera en la que vamos a bajar: 
Se puede caer a los golpes; tirar manotazos desesperados; intentar agarrarse de cualquier cosa; gritar como un desalmado. Estas son caídas poco elegantes, coincidirás.
Se puede bajar lentamente; peldaño a peldaño; pisar un escalón a la vez y aferrarse fuerte a la baranda. Esta bajada es cómoda pero insulsa y desabrida.
Una tercera forma de afrontar este descenso -hijo querido- es: Jugando a volar.

No faltará quién nos quiera convencer de que, en realidad, estamos quietos y es el resto de las cosas lo que sube. Aunque eso no sea cierto, es una bonita manera de comprender que lo estático es efímero y que todo al fin se va.

No hay que aferrarse a nada muchacho. Nunca.
Hijo. Vivir es el presente, el pasado es capital y no hay nada en el futuro de lo que te pueda hablar. Reventar contra el asfalto no será suficiente, seguirán jalando mi cadáver las sogas del descenso, incluso bajo tierra. Es por eso que te pido -fiel descendencia- que ahorres más caídas y mandes a cremar los despojos de este enchastre.

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