ENCONTRARSE PERDIDO



No lo vayan a tomar a mal, necesitaba irme un rato, salir a navegar en la bicicleta como para sentirle el olor verde a la tardecita, para ver ese diurno fluido solar que se proyecta entre las grietas de las casas rotas, esa luz que chorrea de las rendijas, que sortea los burletes y que invade los ranchos de la zona.
¿Vieron las ventanas abiertas que invitan la luz a pasar? ¡Qué cálidas anfitrionas de la claridad! ¿Y las dóciles puertas de tela? ¡Y cómo torean al viento! 
La siesta es tirana. Sobre todo en verano, y más aún en las chozas de los barrios de afuera, allá por detrás de la ruta, injustamente lejos de los bulevares.
Quería perderme y pedalear desorientado. Liberarme de ese crónico y molesto sentido de la ubicación que tanto daño nos hace. Sentirle el sabor al miedo de meterse en lugares ajenos, en zonas desconocidas y en lapsos inciertos de tiempo que no podemos controlar. Quería deambular por los barrios bajos, por reflexiones infértiles, por túneles de excusas. Quería sentirme amortiguado en esas lomadas que nos pone el bienestar para que no excedamos la velocidad. Quería sentirme como antes: Parte del tolderío.
Hacía años que no me… Encontraba perdido, extraviado, desorientado, ni tan liberado. ¡Qué pesado es orientarse! Que maciza sensación; que imperceptible mochila es la ubicación que cuelga de los hombros. Así son las incómodas comodidades del hombre moderno, pesadas como el orden, siendo la vida en realidad tan leve. 

Allí está erguido en su pedestal el insufrible ¿Por qué? -Bueno, Porque sí. Porque quería perderme; porque no lo hacía desde niño; porque necesitaba recordar la sensación del extravío; porque sentí que ya no sentía los sentidos.

Porque sentí que no sentía la inmunidad de entre sus brazos; ni el piso frío contra el pecho; ni el raspón en las rodillas; ni el consuelo de seda en el roce de su palma; ni las lágrimas lubricando el crónico roce de la cara contra la vida.
Sentí que no sentía los sabores: las horribles berenjenas, la dulzura de un bolón, el jarabe para la tos y la leche con chocolate. Sentí que me olvidaba del almíbar, de medio durazno amarillo como el sol adentro de una taza, del marrón dulce de leche, tan marrón como la tierra (tan dulce él como amarga ella) del agridulce crujir de las aspirinetas; del sabor de los dedos de los pies y de los guisos de lentejas. 
Sentí que ya no olía ni a jazmines ni a espirales, ni a que viene lluvia; ni a las noches de verano; ni a la mierda del arrollo; ni a perro mojado. Sentí que no veía tan celeste guardapolvo a la mañana, ni marrones los martes y los jueves, ni amarillos los domingos. Sentí que no sentía aquel beso de frutillas que me diste en el living clausurado de una fiesta, ni el trayecto caminado desde el patio y la pileta hasta la pieza de tus viejos. 
Sentí que no sonaban esos discos de estar bien los feriados a la mañana, ni los pájaros del árbol, ni los pasos en el techo. Sentí que no sonaban los cassettes  del Gacel; ni el cucú de la paloma internada por fractura entre cañaverales de alambre; ni las viejas de la esquina; ni vinilos de flamenco; ni los gritos de la paliza de la mujer del vecino. Sentí que no sonaba mas el timbre del recreo, ni el de casa, ni el de mi voz, ni el silencio de la noche, ni tus látigos de verbo tan sádicos de miedo.

Sentí que no sentía y encontré la bicicleta.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Agus!!Creo q una de las cosas q mas te sumergen al placer, a la sonrisa, a los sueños en noches de verano es esa flor que perdiste, la flor del jazmin… es increíble la cantidad de veces recorriendo la ciudad como la brisa trae aquel perfume y uno respira ondo y el cuerpo se relaja, una y dos sonrisas y un stop para llenarse de esa energía. Tambien, a veces hay q perderse para volver a encontrarse y dejar guiarse por esas sensaciones reconfortantes. Una la mañana, dos la cleta, la percepción toma un giro mágico, todo se siente de una manera mas relajada, minuciosa y brillosa. Tres la vuelta, cuatro de nuevo la bicicleta. El sol baja, el cielo anaranjado y la costanera se impregna de atardeceres…

Darío Falconi dijo...

Lo que me pasó con este texto fue que me puse a pensar. Detuve un momento el tiempo, no el cronológico, sino el psicológico y pensé varias cosas.
Este texto me ayudó a frenarme un momento y decir "pucha, estamos vivos"... Somos humanos, tipos que sienten, que experimentan, que se pierden y se encuentran, seres sensibles que constantemente estamos captando la esencia de las cosas; pero que muchas veces por rutina, trabajo, dejadez o lo que fuere nos olvidamos de ese detalle tan importante.
Me gustó como enumeraste las sensaciones, las bonitas y las no tanto, el equilibrio perfecto de lo que nos pasa en realidad.
Un muy buen texto. Felicitaciones por eso.

Anónimo dijo...

Bellísimo texto! a no olvidar todas esas hermosas sensaciones y que aún, por más maduros que queramos parecer, somos niños tomando una chocolatada apurados para poder salir rápido a volver a la jugar a la vida.
Me encantó. Lisa y llanamente.